martes, 24 de abril de 2007

Dos décadas atrás


Para: Laurita Arias
De: Nísida Marchena

Recuerdos.
Que Dios la bendiga.
19-04-2007


Que un alumno recuerde a su maestra por lo especial que fue en su proceso de aprendizaje, es una historia que suena más conocida. Pero que una maestra conserve como recuerdo uno de los dictados de su alumna por 20 años, es una historia que me parece genial. Al menos a mí que en este caso soy la alumna.

Sé que ella –mi maestra de primer grado: la niña Nísida- ha tenido un cariño especial por mí desde cuando fuimos maestra/alumna y que pregunta por mí al encontrarse con mi padre por las calles de Santa Cruz. Pero que llegara al trabajo de papi a pedirle exclusivamente que me entregara un pedazo de hoja en el que escribí en 1987 un dictado hecho por ella fue algo que me caló. Al recibir la noticia de ese recuerdo guardado por 20 años hizo que me conmoviera y me hiciera pensar entonces en lo que –como antes les dije- sí es una historia común: la del aprecio de una alumna por su maestra.

Y es que había olvidado tantas cosas! Ella rompió con lo común y evitó rigidizar normas. Hizo desde las cosas más grandes como defenderme de un intento de abuso de uno de mis compañeros, hasta los detalles más pequeños pero tan importantes para mí como aquel.

Aparecen un par de estas pequeñas grandes historias. Una fue la vez que detestando yo los baños de la escuela y habiendo aguantado ya demasiado tiempo, las ganas de orinar fueron incontrolables. La maestra pregunta por el motivo del chorro en el suelo y de inmediato dice en voz alta: “Debe ser que se les puso mucha agua a las plantas y se está regando” y le pide a una de mis compañeras (pobre!!!) que limpie el reguero. Creyendo yo que había podido engañar -con mi silencio- hasta a la maestra de lo realmente acontecido, me voy lo más pronto posible de regreso a casa. Mi sorpresa fue cuando la niña le contó la historia a mami y supe de su disimulo frente a mis compañeros.

Un segundo momento importante se dio al recibir un examen de matemáticas en el que la calificación era un 100. Recibo el examen y la niña me indica que hice unas operaciones con suma cuando las indicaciones pedían restar. Me señaló que por mi trabajo cotidiano estaba segura de mis conocimientos y me pedía que estuviera más atenta a lo pedido para la próxima ocasión.

De esta y muchas otras formas, la niña Nísida me mostró que creía en mí, en mi capacidad. De esta forma esa niña pequeñita, flaca y muuy callada, fue descubriendo sus habilidades, buscando colaborar con los que lo necesitaran y evitando exponerlos, vulnerabilizarlos frente a los demás.

Estoy segura que hasta las historias corrientes, repetidas, cotidianas –como lo es el cariño hacia la primer maestra de primaria- son dignas de contar.

3 comentarios:

Evey dijo...

tan dignas de contar son, que las incluire en uno de mis cuentos, con tu permiso

Anónimo dijo...

Yo tuve un profesor increíble. Era (y es todavía…jajaja) de esas personas que tienen un sexto sentido, un carisma inexplicable, una sensibilidad y comprensión profunda del corazón de las personas. Ese ser humano excepcional, terminó siendo como un gurú para mí. Y en el bueno sentido de la palabra; lo llegué a amar profundamente (como ser humano). Y... esas personas señorita Crisálida, son las que traen sentido y esperanzas a nuestras vidas. Él no fue mi profesor, sino mi maestro, mi amigo y un padre. Y nosotras, somos una de esas tantas personas privilegiadas de cruzarnos con ejavascript:void(0)
Publicar comentariostas grandes almas!!!! ;D

MIYABI

Crisálida dijo...

Evey: Por supuesto!! :)

Miyabi: Que bueno que pasaras por acá!